A pesar de la perfección que los rodeó, los tres asesinatos
que recrea esta novela política no son perfectos. Los tres
arrojan patrones de comportamiento similares cuya incidencia los
denuncia y fueron perpetrados en contra de figuras públicas
de profunda relevancia para los mexicanos. Todos fueron consumados
en lugares públicos y de alta concentración humana:
un aeropuerto, un mitin político y las inmediaciones del
Monumento a la Revolución en la ciudad capital. Fueron, asimismo,
ejecutados a plena luz del día y ante la presencia de una
multitud y, como última pero no menos contundente coincidencia,
los tres se llevaron a cabo ostentosamente para que deliberadamente
se conociera de ellos. Es decir, la tesis que aquí se plantea
es que ninguno fue clandestino o anónimo, lo que los destacó,
por escandalosos, como crímenes de Estado.
Dada la impunidad de estos actos y las consecuencias
públicas que de ellos se han desprendido, Alvaro Villagrán
Ochoa ha recreado pasajes y vertido conclusiones naturales que
la orquestación oficial y el encubrimiento público
nunca permitieron que la población conociera. Este novelista,
se basa en hechos reales, en circunstancias irrefutables y cambia
los nombres de los actores involucrados pero a su vez haciéndolos
evidentes como queriendo denunciar a los perpetradores.
Acude a estos recursos como ser humano deseoso
de revelar misterios: a pesar de la abundante literatura producida
en torno a los tres asesinatos, a pesar del paso del tiempo, de
las versiones oficiales, de los recursos de la criminología
y de la investigación, la angustia no cesa ni los resultados
satisfacen. Lo revelado no ha sido suficiente y ante tal ausencia
es cuando todos, escritores o no, acudimos a la elaboración
de mundos que armen el desesperante rompecabezas de lo horrendo,
mundos que convenzan a nuestra profunda intimidad y calmen nuestra
ansia de verdad. Y, como todo mexicano, Villagrán Ochoa
no se escapa: con paciencia de investigador y testigo que ha agotado
todas las instancias, él también acude a la imaginación
pero lo hace de forma fundamentada, creando un universo con referencias
reales para revelar el misterio, para darnos el descanso que se
produce al descubrirse más realidad sobre los hechos. Baste
aquí revelar, entonces, este trozo novelado que muestra
la visión literaria de Villagrán Ochoa para calmar
lo que a muchos aún nos sigue atosigando: ¿Cómo
fue la tarde, el momento exacto del asesinato de quien en vida
estuviera en el umbral del poder supremo?: Ni un minuto antes,
ni uno después, hubo Luis Donaldo Cordero de toparse con
su destino en el día y hora que le fue señalado.
A ello fue a Lomas Taurinas y, justo a tiempo a su cita, llegó
aquella fresca tarde primaveral que vestía en el crepúsculo
el rojo mismo con que la sangre el suelo teñía,
y que el cielo recogió como propio para diseminarlo entre
sus nubes, dando la impresión de horizonte en llamas, cirniéndose
muerte sobre la ciudad ese anochecer de cobardía...
Alvaro Villagrán Ochoa (Cananea,
Sonora, México), hizo estudios de derecho en la universidad
de su estado natal donde formó parte activa del movimiento
cívico-estudiantil de 1967, un antecedente del sucedido
un año después en la Ciudad de México. Se
ha desempeñado como empresario en México y Estados
Unidos, últimamente en el campo del periodismo como colmunista
y director y editor general de El Heraldo de Las Vegas, Nevada.
Fue colaborador del diario Excélsior en la capital mexicana
y es autor de la obra monumental México, razón de
ser (1996), un volumen de más de 800 páginas que
hace un estudio profundo sobre el desarrollo social y político
del país azteca desde la época de independencia
hasta la actualidad.